viernes, 9 de diciembre de 2016

Estudios sobre fumar PIPA y salud.

(extraído del Foro Formosa Pipa Club)



Los riesgos para la salud del consumo de cigarrillos están muy bien caracterizados mediante estudios epidemiológicos que han seguido la evolución de centenares de miles de fumadores a lo largo de décadas. En cambio, los estudios sobre la salud de los pipafumadores son pocos, y aun son menos aquellos que se pueden considerar de calidad.
Un estudio epidemiológico necesita, en primer lugar, muchas personas si es que quiere alcanzar conclusiones sólidas. Naturalmente, es mucho más difícil encontrar 10.000 fumadores de pipas que 10.000 fumadores de cigarrillos. Como los efectos sobre el organismo del tabaco pueden manifestarse incluso muchos años después de haber dejado de fumar, ha sido difícil concluir si los efectos observados se debían a la pipa, o a los cigarrillos consumidos años atrás. Por último, algunos estudios no han dado cuenta de factores críticos como la edad de inicio, la duración de consumo o la profundidad de inhalación.
Con todo, existen cuatro estudios correctos que, en conjunto, permiten contestar con bastante precisión a varias cuestiones relevantes. A continuación voy a presentar con algún detalle estos cuatro estudios. Están publicados en inglés. Mediante la referencia, se puede obtener una copia de cualquier biblioteca médica. En este entrega, solo publicare el contenido general de ellos y en la sucesivas entregas lo hare puntualmente
El estudio más antiguo es de 1996. Se titula ‘Ser pipafumador en los Estados Unidos, 1965-1991: Prevalencia y mortalidad atribuible’. (Nelson E, et al. pipe smoking in the United States, 1965-1991: Prevalence and attributable mortality.Preventive Medicine 1996;25:91-99). Es una recopilación de autocuestionarios de salud que miles de norteamericanos rellenaban y enviaban por correo. La salud de estas personas se registraba año a año durante décadas y se ponía en relación con sus hábitos de vida. En el cuestionario se preguntaba por el consumo de tabaco , pero no sobre la cantidad o costumbre de inhalar el humo.
El segundo estudio importante es de 1999: ‘Fumar en puro y pipa y riesgo de cáncer de pulmón: un estudio multicéntrico en Europa’ (Boffeta P, et al. Cigar and pipe smoking and lung cancer risk: a multicenter study from Europe. J Nat Cancer Inst 1999;91(Cool:697-701). En este estudio se comparan 5600 enfermos de cáncer de pulmón con 7200 personas sanas de Alemania, Italia y Suecia. Su principal inconveniente es que estudia la influencia de distintas modalidades de consumo de tabaco sólo sobre el cáncer de pulmón, y que, según el aspecto que considere, junta los grupos de fumadores en pipa con los de puro.
En 2003 se publicó un estudio británico sobre un aspecto generalmente poco estudiado del tabaco en puros, las enfermedades del corazón y las arterias. ‘Fumar en pipa y puro y sucesos cardiovasculares graves, incidencia de cáncer y mortalidad global en hombres británicos de mediana edad’. (Shaper, et al. Pipe and cigar smoking and major cardiovascular events, cancer incidente and all-cause mortality in middle-aged British men. Int J Epidemiol 2003;32:802-808). Es un estudio en el que se sigue la evolución durante 22 años de 7735 hombres entre 40 y 60 años. Por desgracia también mezcla los fumadores de pipas y puros, como lo revela que la cantidad media de tabaco que se fumaba al día era 11.5 g, el equivalente a casi 4 pipas.
Por último, el año pasado se publicaron los resultados de un estudio de muy buena calidad. ‘Asociación entre fumar exclusivamentepipa y la mortalidad por cáncer y otras enfermedades’ (Henley SJ, et al. Association between exclusive pipe smoking and mortality from cáncer and other diseases. J Natl Cancer Inst. 2013;96(11):853-61). Es el único que se limita a personas que fuman pipas, y que nunca han fumado cigaros ni cigarrillos. 123.044 americanos rellenaron un cuestionario de salud de 4 páginas en 1982 y cada dos años se evaluaba si vivían todavía y, en caso de haber muerto, de qué enfermedad. Se identificaron 8880 fumadores y 6383 exfumadores de pipa que nunca habían consumido cigarrillos ni cigarros. Además, de cada uno de ellos se conocía la edad de consumo de la primera pipa, el número de pipas que fumaban al día de promedio, cuántos años habían fumado, cuántos desde que dejaron de hacerlo y si solían inhalar el humo. Como ven es el estudio más completo y de más calidad publicado hasta la fecha.

Cuestiones de hecho y cuestiones de grado.
Cuando, a principios de un verano, empecé a fumar pipa, la reacción de mi familia y amigos fue casi unánime. En esencia, de incomprensión respecto al hecho de que, no habiendo fumado jamás, decidiera voluntariamente adoptar una costumbre perjudicial para la salud. Aun admitiendo el placer que me pudiese proporcionar el tabaco, opinaban que ningún placer o ventaja justificaban arriesgar la salud y, a la postre, incluso la vida.
Esta opinión parece, desde luego, sensata. Sin embargo, adolece en origen de un error; considerar el intercambio entre riesgo y placer como una cuestión de hecho cuando, en mi opinión, lo es de grado. No es cierta la afirmación“no se arriesga la salud”. Es cierto, en cambio, “a partir de cierto grado de riesgo, no se adoptan tales o cuales hábitos o conductas potencialmente perjudiciales”. Muchos aspectos de nuestro comportamiento confirman que es así. Si, sencillamente, extirpáramos de nuestra vida cotidiana todo aquello innecesario que la pone en riesgo (cuestión de hecho), no comeríamos grasa alguna de origen animal, no añadiríamos sal a nuestra comida, o no haríamos largos desplazamientos en carretera durante las vacaciones. Estas cuestiones, al contrario que el consumo del tabaco, sí que son percibidas por la mayoría de la gente como de grado. Es decir, aun aceptando que un accidente mortal de coche es una posibilidad real, la probabilidad de que suceda se nos antoja lo suficientemente pequeña como para cambiarla por el goce del viaje vacacional.
Resulta curioso que las mismas personas que, sin hacerse una reflexión explícita de ello, consideran como cuestiones de grado las que he mencionado, y otras como el consumo de alcohol, bañarse en el río, montar a caballo..., se toman el tabaco como una cuestión de hecho. Los mismos que dirían “se puede uno bañar en el río, montar a caballo o ir cientos de kilómetros por carretera, siempre que se haga con precaución; se puede consumir sal, grasas animales o alcohol, si se hace con moderación”, probablemente simplemente propongan “no se fuma”.

Tabáquicos como alcohólicos.
La explicación reside, a mi juicio, en la forma típica de consumo del tabaco en la sociedad occidental: el cigarrillo. El tabaco se puede consumir bajo la forma de puros, tabaco para pipa, rapé, pipa de agua y varias otras. Pero la más frecuente, la inmensamente mayoritaria, es la del cigarrillo, que resulta ser la más funesta de todas. El cigarrillo es un producto grosero y sumamente perjudicial, cuya popularidad sólo se explica mediante la actividad prácticamente criminal de la industria tabaquera, que ha promocionado su consumo manipulando los aditivos para convertir al cigarrillo en un producto altamente adictivo, dirigiendo casi todos sus esfuerzos publicitarios a los adolescentes, y convenciendo al público de que la forma correcta de fumar es inhalando el humo, lo que no ofrece un punto de ventaja sobre la capacidad de saborear el tabaco, pero es inmensamente más adictiva al absorber mucho más eficaz y rápidamente la nicotina.
La mayoría de los bebedores de alcohol no son, ni mucho menos alcohólicos. Casi todas las personas que cada uno de nosotros conoce consumen con cierta regularidad algo de vino en las comidas, una cerveza de vez en cuando, o una copa después de la cena y, sin embargo, probablemente sólo sepamos de una o dos de ellas que sean adictas. Sin embargo, la mayoría de los fumadores de cigarrillos no son, estrictamente hablando, ‘fumadores’, sino ‘tabáquicos’, enfermos de tabaquismo. La mayoría de las personas que fuman cigarrillos lo hacen en cantidades cercanas a un paquete diario. Esto es, a todas luces, una cantidad desmesurada, equivalente a unas diez pipas inhalando todo su humo. Casi ninguna de estas personas obtiene ya verdadero placer de cada uno de esos cigarrillos, la clase de placer que obtiene quien saborea una pipa o una copa de buen licor. El fumador de cigarrillos enciende uno media hora después del anterior, compulsivamente, sin apenas darse cuenta de que fuma, simplemente para calmar su adicción a la nicotina, igual que el alcohólico lo hace con el alcohol.
Es muy fácil percibir las diferencias entre el fumador de cigarrillos y el de pipa, que asemejan al primero al alcohólico y denuncian su adicción. Casi cualquier fumador severo de cigarrillos afirmará que desearía no haber empezado jamás a fumar, reconoce que quisiera ser capaz de dejarlo y, en realidad, casi cualquiera lo ha intentado al menos en un par de ocasiones. Pero no puede conseguirlo, incluso cuando las señales más claras denuncian que su salud se está afectando por ello. Naturalmente, el tabaquismo se acepta socialmente mejor que el alcoholismo, en parte porque es mucho más frecuente, en segundo lugar porque el alcoholismo lleva aparejada una intoxicación aguda con conductas antisociales (la borrachera) que no sucede con el tabaco, por elevado que sea su consumo, y, en último lugar, porque el alcohólico se denuncia a sí mismo con unos cambios físicos fácilmente perceptibles que no afectan a los fumadores de cigarrillos dependientes de la nicotina. El alcoholismo nos parece mucho más grave que la dependencia de los cigarrillos pero, en esencia, son la misma cosa.
La mayoría de los fumadores de pipa no somos dependientes de la nicotina, no somos ‘tabáquicos’, del mismo modo que la mayoría de las personas que bebemos no somos alcohólicas. Tampoco quienes tomamos sal lo solemos hacer a puñados hasta matarnos de hipertensión; quienes no somos vegetarianos no estamos ingiriendo embutidos de la mañana a la noche, embozándonos las arterias de grasa; tampoco quienes salimos por el placer de viajar a la carretera conducimos temerariamente en la mayor parte de los casos. Es por eso que todas esas cuestiones son apreciadas de forma natural como de grado por la mayor parte de la gente. Sin embargo, por cada pipafumador, una persona normal conocerá varios cientos de fumadores de cigarrillos. Y la mayoría de ellos fumará desmesuradamente y será fácil apreciar que, más que disfrutar de ello, parecen estar apresados por su propio hábito. No es extraño que esta experiencia trascienda a todos los fumadores, también los de habano, y que los no fumadores se hagan del consumo de tabaco no una cuestión de grado, sino de hecho.
No pienso que los fumadores de cigarrillos sean estúpidos. Tan sólo víctimas de la manipulación publicitaria de la industria del tabaco, que los indujo a fumar durante la fase menos crítica de su vida, la adolescencia. Y que, a sabiendas del daño que ello producía, les ofreció el tabaco bajo su forma más perjudicial, el cigarrillo, mezclado con sustancias que aceleraban el proceso de adicción y proponiendo además la vía inhalatoria. Algunas personas son capaces de consumir sólo cuatro o cinco cigarrillos diarios. Ellos eligen el momento de fumar y lo disfrutan de veras. Suelen, curiosamente, no aspirar el humo, sino saborearlo en la boca como los fumadores de pipa o puro (¿alguien tiene papilas gustativas en los pulmones?). Por desgracia, esto es la excepción. La mayoría de los fumadores de cigarrillos, a diferencia de los pipafumadores, caen rápidamente en un consumo abusivo que consiste, en esencia, en llevar de la forma más rápida posible (la pulmonar) la suficiente cantidad de nicotina a la sangre, y con la frecuencia necesaria, como para clamar el incipiente síndrome de abstinencia que condiciona su dependencia.

Desde el principio debe quedar bien sentado que ser pipafumador es perjudicial para la salud, pues de eso no cabe duda. Cualquier fumador de pipa que decida dejar de hacerlo hoy mismo, mejora sus posibilidades de llegar sano a viejo, del mismo modo que si hoy nos propusiéramos no consumir ni un gramo más de sal o cualquier carne grasa. El tabaco, la sal y las grasas animales son completamente innecesarios para la salud, son potencialmente peligrosos y no producen beneficio objetivo alguno. No he incluido el alcohol deliberadamente, pues, a diferencia de la sal o las grasas animales, parece ya demostrado que su consumo moderado sí es beneficioso para la salud, contrarrestando en algún grado el desarrollo de la arteriosclerosis.
La cuestión del tabaco en una pipa y la salud se puede resumir en la siguiente pregunta: “¿el placer que obtengo de fumar una pipa, compensa los riesgos que conlleva para mi salud?”. Creo que cualquier pipafumador, más o menos conscientemente se habrá planteado esa cuestión. Evidentemente, la habrá resuelto a favor del placer de fumar, ya que en mi opinión los pipafumadores lo hacen porque lo desean, no porque son incapaces de evitarlo, como suele suceder con los de cigarrillos.
Seguro que muchos lectores, a esta altura, ya habrán considerado que la cuestión se plantea de manera demasiado cartesiana, excesivamente racional. Son éstos los que afirman perseguir su placer a costa de cualquier riesgo, y suelen expresar su escepticismo con giros como “de algo hay que morir”, o que afirman que estamos expuestos a tantos riesgos para la salud (contaminación, aditivos alimentarios…) que no merece la pena plantearse la cuestión. Aun así, estoy seguro que, aunque sea instintivamente, estas personas también han hecho su cálculo de coste / beneficio.

El beneficio o placer de fumar pipa, como cualquier otro, es incalculable. Se trata de una cuestión puramente personal que cada uno aquilata a su gusto y que, además, puede variar según las circunstancias o épocas de la vida. Elegir la pipa, el tabaco, el primer aroma al olerlo, la liturgia de encenderlo y la consagración del encendido, ver la brasa, el sabor y el aroma que embarga los sentidos, la visión del humo elevándose, la compañía de un libro, una música, un licor o una persona… Todas esas son las cosas que apreciamos de la pipa y que cada cual sopesa a su gusto. Sin embargo, los riesgos para la salud, el otro platillo de la balanza, no dependen de cada quisque. Son los mismos para todos y se pueden cuantificar. No creo que se pueda en verdad sopesar el placer con los riesgos si se conocen los primeros pero se ignoran los segundos.